Soy una gran aficionada a la correspondencia, propia o ajena, me da igual. Hasta ahora no he leído
cartas más deliciosas que las que Mariana Alcoforado, aquella monja portuguesa, le escribiera a aquel soldado francés que nunca regresó a por ella."No le regales nunca ese libro a una mujer casada", decía el personaje de Tim Robbins en
La Vida Secreta de las Palabras, y no puedo estar más de acuerdo.
Otro libro que yo tampoco regalaría nunca a una mujer casada son las cartas de amor que John Keats le escribió a Fanny Brawne entre 1819 y 1821 y que hace poco han vuelto a editar con motivo de la película
Bright Star, que cuenta su historia. En una de las primeras, Keats le escribe a Fanny:
"Ask yourself my love whether you are not very cruel to have so entrammelled me, so destroyed my freedom. Will you confess this in the letter you must write immediately and do all you can to console me in it - make it rich as a draught of poppies to intoxicate me - write the softest words and kiss them that I may at least touch my lips where yours have been.
For myself I know not how to express my devotion to so fair a form: I want a brighter word than bright, a fairer word than fair. I almost wish we were butterflies and lived but three summer days - three such days with you I could fill with more delight than fifty common years could ever contain".
Tengo ganas de leer las cartas de Napoleón, las de Pessoa, las de Ana Bolena, las de Goethe, las de Stendhal, las de Jorge Guillén, las de tanta gente que ha plasmado en un papel los sentimientos más violentos y contradictorios, las pasiones más secretas, los miedos más feroces, los deseos más dulces...