20101203

Irène Némirovsky

La adoro.

Y cuanto más descubro de ella, más me gusta.


Leyendo el epílogo de El Maestro de Almas he encontrado esta frase, que describe y resume bastante bien los motivos de mi profunda admiración (podría decir devoción) hacia ella.

"Si El maestro de Almas es un autorretrato de una sórdida negrura, es porque su autora mojó la pluma en la tinta de sus futuros perseguidores".

De origen ruso y judío, llegó a Francia en 1919 huyendo de la Revolución Bolchevique, conoció el éxito como escritora durante casi 20 años hasta que en 1942 la delataron y la encerraron en el campo de concentración de Pithiviers antes de deportarla a Auschwitz, donde murió. Recuerdo que la primera vez que leí su historia en la solapa de la Suite Francesa sentí mucha frustración y mucha rabia contra la miserable especie humana. Es paradójico que el nacionalsocialismo tuviera entre sus enemigos más feroces los comunistas, que fueron justamente quienes intentaron matar a la familia de Irène antes de marcharse de Rusia.

Parece que hay estirpes que están condenadas al odio desde las primeras generaciones.

Copio el último párrafo de la breve reseña biográfica que hacen dos autores sobre Irène a propósito de El Maestro de Almas:

"¿Qué me está haciendo este país, Dios mío?, escribía la autora en junio de 1941, como un eco de la desgarradora declaración de Asfar [uno de los personajes del libro]: Sí, a todos vosotros que me despreciáis, franceses ricos, franceses felices: lo que yo quería era vuestra cultura, vuestra moral, vuestras virtudes, cuanto es más noble que yo, diferente de mí, diferente del lodo en que nací. Ella no había nacido en el barro [era hija de un banquero judío], pero justo es decir que aspiraba al reconocimiento literario de Francia. Esa Francia obsesionada por el fantasma del Otro y cuya mueca de terror siguen reflejando las brillantes novelas de Irène Némirovsky setenta años después."

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