Pero sabes como nadie que vida es todo aquello que nos pasa mientras esperas que llegue el próximo metro, cambiando la canción del iPod y leyendo el periódico por encima del hombro de cualquier desconocido. Y quizá por eso esperas, como todos, que la próxima vez que el mundo centrifugue y nos vuelva a juntar nos vayan mejor las cosas.
20090424
Como un documental de la 2
Pero sabes como nadie que vida es todo aquello que nos pasa mientras esperas que llegue el próximo metro, cambiando la canción del iPod y leyendo el periódico por encima del hombro de cualquier desconocido. Y quizá por eso esperas, como todos, que la próxima vez que el mundo centrifugue y nos vuelva a juntar nos vayan mejor las cosas.
20090423
Canción de invierno y de verano
Cuando es invierno en el mar del Norte
es verano en Valparaíso.
Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el puerto de Bremen
con jirones de niebla y de hielo en sus cabos,
mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico sur bellas bañistas.
Eso sucede en el mismo tiempo,
pero jamás en el mismo día.
Porque cuando es de día en el mar del Norte
—brumas y sombras absorbiendo restos
de sucia luz—
es de noche en Valparaíso
— rutilantes estrellas lanzando agudos dardos
a las olas dormidas.
Cómo dudar que nos quisimos,
que me seguía tu pensamiento
y mi voz te buscaba —detrás,
muy cerca, iba mi boca.
Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto:
primaveras, veranos, soles, lunas.
Pero jamás en el mismo día.
20090417
Cosas que me gustan (2)
Sigo. Más cosas que me gustan: la prosa de Borges, la de Manuel Rivas o la de Andrés Trapiello, tersas como la piel joven y sabias como la piel vieja, el otoño y la primavera en los parques, Santiago sin gente, el cementerio judío de Praga, porque su profusión de lápidas es el Romanticismo, la bibliotecas, con su aroma imperceptible a café, los cafés, con murmullo de biblioteca, los cines de barrio y las plazas mayores, la piedra y el cielo, sin adjetivos; las líneas vibrantes de Kandinski y las estrellas esenciales de Miró, “El Beso”, de Rodin, todos los besos en general y los míos en particular, las vueltas de campana que a veces da la vida, mi mujer mientras duerme, mi mujer también cuando está despierta, jugar con mis hijos, si los tuviera, pasear al lado de un amigo o de una amiga, con las manos invisibles pero íntimamente entrelazadas, cantar hasta doblegar la posibilidad de la tristeza, bailar sin disimular la torpeza, tantos y tantos placeres humildes que sólo serán, al final de esta hoja, como al final de la vida, unos insuficientes puntos suspensivos, los amigos del alma y el alma de mis amigos, la luz y sus sombras, los pronombres “tú” y “nosotros”, los puntos suspensivos…
Jesús Villegas
20090413
20090412
Cosas que me gustan (1)
Cosas que me gustan: el primer y el último sorbo del zumo de naranja del desayuno, andar en calcetines blancos de deporte por un suelo de madera, que el mundo sea a colores, la luna de agosto grabada con pulso seguro y un punzón por la noche en el cristal del cielo, los recortes de niebla que envuelven en noviembre Valladolid en su misterioso papel de regalo, la sonrisa de un niño como abierta de par en par, la luz del sol golpeando con sus nudillos en mi ventana por la mañana, beber de las fuentes agua con el ansia y la felicidad del pájaro recién salido de su jaula, cerrar los ojos en la ducha, convertida por este sencillo milagro en catarata, las películas, todas las películas y aún más, la poesía, porque calla, musita o grita en los silencios de sus versos, el plátano frito, pues me sabe a la ciudad de La Habana, que desconozco, las golosinas, que me dejan otra vez en pantalones cortos, la música de la Orquesta del Café de los Pingüinos, repetitiva e irrepetible como el amanecer...
20090406
20090405
La levedad y el peso
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.
Si la Revolución Francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses. [...]
Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).
Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.
Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad? [...]
Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.
¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.
La insoportable levedad del ser
M.Kundera
(Yo elijo el peso. Sin duda, además.)