Sigo. Más cosas que me gustan: la prosa de Borges, la de Manuel Rivas o la de Andrés Trapiello, tersas como la piel joven y sabias como la piel vieja, el otoño y la primavera en los parques, Santiago sin gente, el cementerio judío de Praga, porque su profusión de lápidas es el Romanticismo, la bibliotecas, con su aroma imperceptible a café, los cafés, con murmullo de biblioteca, los cines de barrio y las plazas mayores, la piedra y el cielo, sin adjetivos; las líneas vibrantes de Kandinski y las estrellas esenciales de Miró, “El Beso”, de Rodin, todos los besos en general y los míos en particular, las vueltas de campana que a veces da la vida, mi mujer mientras duerme, mi mujer también cuando está despierta, jugar con mis hijos, si los tuviera, pasear al lado de un amigo o de una amiga, con las manos invisibles pero íntimamente entrelazadas, cantar hasta doblegar la posibilidad de la tristeza, bailar sin disimular la torpeza, tantos y tantos placeres humildes que sólo serán, al final de esta hoja, como al final de la vida, unos insuficientes puntos suspensivos, los amigos del alma y el alma de mis amigos, la luz y sus sombras, los pronombres “tú” y “nosotros”, los puntos suspensivos…
Jesús Villegas
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