20090228

Tardes en Tisvilde

 
Si se considera a Niels Bohr el verdadero fundador de la mecánica cuántica, no sólo es por sus descubrimientos personales, sino sobre todo por el extraordinario ambiente de creatividad, de efervescencia intelectual, de libertad de espíritu y de amistad que supo crear a su alrededor. El Instituto de Física de Copenhague, fundado por Bohr en 1919, acogió a todos los jóvenes investigadores con los que contaba la física europea. Heisenberg, Pauli o Born aprendieron allí. Un poco mayor que ellos, Bohr era capaz de dedicar horas a discutir los detalles de sus hipótesis, con una mezcla única de perspicacia filosófica, benevolencia y rigor. Preciso, incluso maniático, no toleraba ninguna aproximación en la interpretación de los experimentos; pero tampoco ninguna idea nueva le parecía, a priori, una locura, ni consideraba intangible ningún concepto clásico. Le gustaba invitar a los estudiantes a reunirse con él en su casa de campo de Tisvilde; allí recibía a científicos de otras disciplinas, políticos, artistas; las conversaciones pasaban libremente de la física a la filosofía, de la historia al arte, de la religión a la vida cotidiana. No había ocurrido nada comparable desde los primeros tiempos del pensamiento griego. En este contexto excepcional se elaboraron, entre 1925 y 1927, los términos esenciales de la interpretación de Copenhague, que invalidaban en gran medida las categorías anteriores de espacio, causalidad y tiempo.
 
Las partículas elementales
M. Houellebecq

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