Los mismos problemas de triste actualidad, esta vez contados con unos actores y una música increíbles
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20110206
Folle Journée
Es un festival de música clásica que se celebra todos los años a finales de enero en Nantes. Para la mayoría de los conciertos se agotan las entradas en 3 días, la gente hace cola durante toda la noche delante de la taquilla el día antes de que las empiecen a vender. Es una locura pensar que hay gente que haces cosas así por escuchar en directo la 5ª de Mahler y es una de las razones por las que estoy enamorada de esta ciudad.
Ironías de la vida, la auxiliar de la que os hablé en el post anterior (appareillée, como dicen aquí, o con ciertos problemas de audición, como diríamos en el resto del mundo) tenía una entrada de más para un concierto de Strauss el sábado por la mañana y me la ofreció. Descubrí que además de para hablar por teléfono, también enciende el audífono para escuchar música clásica (en ese momento la idea de la camiseta cobró forma, visualicé modelo y color). Bromas aparte, el concierto fue espectacular, increíble, sobrecogedor y todos los adjetivos de más de tres sílabas que describan un estado de éxtasis y deleite musical y estético, y todas las cursiladas más que queráis añadir. Nunca había estado tan cerca de una orquesta filarmónica, nunca había podido ver la cara de un director austríaco enfrentándose a una de las obras más emblemáticas de Strauss, nunca había visto la sonrisa del primer violín después de que el director saliera por cuarta vez a saludar. Fue una maravilla estar allí.
Como crítica añadiría que no me acaba de gustar que los padres vayan con sus hijos y sus padres a la Folle Journée como si fuera un parque de atracciones. Al fin y al cabo un concierto no deja de ser un momento mágico de comunión entre un compositor, unos intérpretes y el espectador, y creo que no es buena idea intentar convencer a todo el mundo de que la música clásica mola. No sé si me explico.
Las cifras también son impresionantes: 5 días, 240 conciertos, 3,5 millones de € de presupuesto, 130.000 entradas vendidas...
Si tenéis curiosidad, este es el programa de este año. Espero que exporten pronto la idea y empiece a cuajar en los países vecinos.
Ironías de la vida, la auxiliar de la que os hablé en el post anterior (appareillée, como dicen aquí, o con ciertos problemas de audición, como diríamos en el resto del mundo) tenía una entrada de más para un concierto de Strauss el sábado por la mañana y me la ofreció. Descubrí que además de para hablar por teléfono, también enciende el audífono para escuchar música clásica (en ese momento la idea de la camiseta cobró forma, visualicé modelo y color). Bromas aparte, el concierto fue espectacular, increíble, sobrecogedor y todos los adjetivos de más de tres sílabas que describan un estado de éxtasis y deleite musical y estético, y todas las cursiladas más que queráis añadir. Nunca había estado tan cerca de una orquesta filarmónica, nunca había podido ver la cara de un director austríaco enfrentándose a una de las obras más emblemáticas de Strauss, nunca había visto la sonrisa del primer violín después de que el director saliera por cuarta vez a saludar. Fue una maravilla estar allí.
Como crítica añadiría que no me acaba de gustar que los padres vayan con sus hijos y sus padres a la Folle Journée como si fuera un parque de atracciones. Al fin y al cabo un concierto no deja de ser un momento mágico de comunión entre un compositor, unos intérpretes y el espectador, y creo que no es buena idea intentar convencer a todo el mundo de que la música clásica mola. No sé si me explico.
Las cifras también son impresionantes: 5 días, 240 conciertos, 3,5 millones de € de presupuesto, 130.000 entradas vendidas...
Si tenéis curiosidad, este es el programa de este año. Espero que exporten pronto la idea y empiece a cuajar en los países vecinos.
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