Ella.- ¿Cree usted que somos así? ¿cree que sabíamos todas esas cosas? ¿cree usted que deseábamos la muerte de mujeres y niños? ¿lo cree usted? ¿lo cree...?
Él.- Ya no sé lo que debo creer ni lo que debo pensar...
Ella.- Es posible que aún no sepa a qué atenerse. ¿Cómo puede suponer que lo sabíamos? ¡No lo sabíamos! Se lo aseguro, no lo sabíamos.
Él.- Por lo que he podido observar, nadie en este país lo sabía.
[...]
Ella.- Escúcheme, ocurrieron cosas terribles en ambos lados. Mi marido fue militar toda su vida, tenía derecho a morir como un soldado, fue lo que pidió. Intenté que se lo concedieran, sólo eso, que pudiese morir con honor... y ya sabe lo que pasó, le ahorcaron con los otros. Después de aquello supe lo que era odiar. Permanecí en mi casa, en mi habitación, encerrada, odié como jamás creí que pudiera odiarse. Odié a todos los americanos que había conocido, pero no se puede vivir odiando, me consta. Dan, tenemos que olvidar si hemos de seguir viviendo.
La falta de cultura política como consecuencia de 40 años de dictadura y su aislamiento de las vivencias europeas; la ignorancia o la indiferencia, en amplios sectores intelectuales y políticos españoles, a lo que ha sido la historia de la violencia organizada por los totalitarismos del siglo XX, no sólo la de los nazis y fascistas sino también la del comunismo en todos los países en que se adueñó del poder político, con millones de muertos; el interés político de desviar hacia el pasado los errores del presente, negando así toda responsabilidad respecto a sus actos concretos; todo ello está en el trasfondo de esa indulgencia asimétrica que exculpa los crímenes que proceden de los que considera de su bando y que se alza sectaria y falazmente con una supuesta superioridad moral frente a los supuestos adversarios enemigos. Por eso el lugar natural del pasado no es la memoria manipulada con mejor o peor intención por los políticos de turno, reproduciendo con frecuencia actitudes autoritarias de una herencia sesgada, sino la historia y la reflexión histórica que no utiliza las víctimas del pasado para encubrir las víctimas y los fracasos del presente.
[...]
Convertir, pues, la memoria en historia -historia abierta, pero historia, no identificación emocional inmediata con los recuerdos subjetivos de cada cual, o peor, con otros manipulados ideológicamente- y dejar descansar y honrar a los muertos, forma parte de nuestra convivencia democrática. Explicar no es exculpar, comprender no es perdonar, pero la explicación y la comprensión son las bases sólidas para seguir adelante.
Él.- Ya no sé lo que debo creer ni lo que debo pensar...
Ella.- Es posible que aún no sepa a qué atenerse. ¿Cómo puede suponer que lo sabíamos? ¡No lo sabíamos! Se lo aseguro, no lo sabíamos.
Él.- Por lo que he podido observar, nadie en este país lo sabía.
[...]
Ella.- Escúcheme, ocurrieron cosas terribles en ambos lados. Mi marido fue militar toda su vida, tenía derecho a morir como un soldado, fue lo que pidió. Intenté que se lo concedieran, sólo eso, que pudiese morir con honor... y ya sabe lo que pasó, le ahorcaron con los otros. Después de aquello supe lo que era odiar. Permanecí en mi casa, en mi habitación, encerrada, odié como jamás creí que pudiera odiarse. Odié a todos los americanos que había conocido, pero no se puede vivir odiando, me consta. Dan, tenemos que olvidar si hemos de seguir viviendo.
Judgment at Nuremberg, 1961
La falta de cultura política como consecuencia de 40 años de dictadura y su aislamiento de las vivencias europeas; la ignorancia o la indiferencia, en amplios sectores intelectuales y políticos españoles, a lo que ha sido la historia de la violencia organizada por los totalitarismos del siglo XX, no sólo la de los nazis y fascistas sino también la del comunismo en todos los países en que se adueñó del poder político, con millones de muertos; el interés político de desviar hacia el pasado los errores del presente, negando así toda responsabilidad respecto a sus actos concretos; todo ello está en el trasfondo de esa indulgencia asimétrica que exculpa los crímenes que proceden de los que considera de su bando y que se alza sectaria y falazmente con una supuesta superioridad moral frente a los supuestos adversarios enemigos. Por eso el lugar natural del pasado no es la memoria manipulada con mejor o peor intención por los políticos de turno, reproduciendo con frecuencia actitudes autoritarias de una herencia sesgada, sino la historia y la reflexión histórica que no utiliza las víctimas del pasado para encubrir las víctimas y los fracasos del presente.
[...]
Convertir, pues, la memoria en historia -historia abierta, pero historia, no identificación emocional inmediata con los recuerdos subjetivos de cada cual, o peor, con otros manipulados ideológicamente- y dejar descansar y honrar a los muertos, forma parte de nuestra convivencia democrática. Explicar no es exculpar, comprender no es perdonar, pero la explicación y la comprensión son las bases sólidas para seguir adelante.
Carmen Iglesias, 2008
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