En esa época yo empezaba a darme cuenta de lo mucho que sufría Melissa. Pero jamás brotaba de sus labios una palabra de reproche, jamás mencionaba siquiera a Justine. Su tez se había vuelto opaca, mortecina; hasta su carne… Paradójicamente, aunque en ese momento no podía hacer el amor con ella sin esforzarme, me sentía al mismo tiempo más enamorado que nunca. Me atenazaban sentimientos encontrados, un complejo de frustración que jamás había experimentado antes; en ocasiones me ponía furioso con ella.
Justine, que padecía la misma confusión que yo entre sus ideas y sus intenciones, reaccionaba de manera muy diferente cuando decía:
-A veces me pregunto quién inventó el corazón humano. Dímelo, y muéstrame el lugar donde lo ahorcaron.
Justine
El Cuarteto de Alejandría I
Lawrence Durrell
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